Madagascar es la segunda mayor isla del mundo después de Australia, lo que supone un mar de posibilidades de encontrar paisajes y climas muy contrastados. Resulta muy difícil hacer un recorrido completo por una isla tan grande ya que ni con un mes tendrías tiempo suficiente para ver lo más emblemático.

En este país hay de todo; bosques nubosos, desierto; montañas volcánicas; blancos atolones, arrozales…..En definitiva, un sinfín de paisajes maravillosos que te van sorprendiendo día a día. Y es que si hubiese que definir Madagascar en una palabra, lo primero que me vendría a la mente es  “autenticidad”.

Cuando era pequeña mi madre tenía la costumbre de enseñarnos las capitales del mundo mientras que paseábamos por la calle y así nombres tan raros como Antananarivo, capital de Madagascar me resultaban familiares desde hace mucho tiempo. Sin embargo, después de haber estado en muchas capitales del continente africano, no me esperaba una ciudad tan coherente y ordenada en comparación con lugares como Accra, Kampala, Johannesburgo, Nairobi etc…. En ella se pueden ver la influencia de la arquitectura inglesa y holandesa con el buen gusto francés a través de sus casas coloniales.

Tana, como ellos la llaman, es el puente entre Africa y Asia con gente de color y ojos achinados y la cultura del agua y los parques tan presente en Oriente. De hecho, resulta mágico salir por la mañana con la neblina del amanecer y ver como los arrozales se transforman en un arco iris de colores verde fosforito por delante de las casas coloniales en lo alto de la ciudad mientras que sus habitantes se despiertan.

En uno de ellos tiene su taller Diodonné, un señor que hace baobabs de metal que se venden como churros en el extranjero y que tiene una visión arquitectónica en la línea de Gaudí. Imaginaos un edificio en medio de arrozales con formas innovadoras tales como una cafetera realizado en barro y que sirve de toilet!!

Para visitar Madagascar es conveniente hacerlo por carretera ya que los vuelos internos son excesivamente caros. La nacional 7 llega de Tana al Sur y te traslada a paisajes y etnias sorprendentes. De camino a uno de los pueblos más conocidos por su artesanía Antsirabe, uno empieza ya a entrar en contacto con las tierras altas, una zona de gente muy trabajadora y creativa.

No solo lo han sido creando un foie-gras casi mejor que el francés sino que son hasta capaces de hacer cacerolas de aluminio con los deshechos que se encuentran en la calle y polvo de carbón. El método es sencillísimo: haces un montón de carbón como si estuvieses haciendo un castillo de arena en la playa,  montas una maqueta echando aluminio y con el calor del carbón te sale una tapa u olla express a la africana, todo ello en 5 minutos!!

La verdad es que los africanos tienen la ventaja de hacer de todo con cualquier cosa. En Antsirabe no solo se reciclan los cuernos de cebú (vaca malgache con joroba de camello) para hacer platos, peines o incluso collares, sino que hacen coches con materiales reciclados con latas de refrescos, trozos de motor, etc….

En esta ciudad que por mucho que digan que tiene casas coloniales magnificas, lo que tiene son artesanos magníficos, se hacen muchas joyas con la cantidad de minerales que tiene el país. Así que aquí las mujeres tienen mucho potencial eligiendo ágatas, zafiros, esmeraldas y otras piedras preciosas para llevarse a su casa. Por esta razón hay seguramente los controles exhaustivos en el aeropuerto de salida en donde te ponen hasta un control adicional delante de la escalerilla del avión (después de haber pasado los habituales) y te abren todo el equipaje de mano, ni en los EEUU en su mejor época he vivido yo esto!!!

La N7 es una carretera llena de sorpresas ya que no solo te cruzas constantemente con los llamados taxi-brousse o autobuses que van casi a ras de suelo de la cantidad de pasajeros y equipaje que llevan en la baca, con la gente agarrada de la puerta trasera y a punto de caerse; sino que también tienes pastores llevando rebaños de cebúes para venderlos en el mercado. Recuerda un poco a la sensación de tranvía en San Francisco pero en plan cutre y haciendo malabarismos durante 500 km.

Cerca de Antsirabe se encuentra el mayor centro de artesanía de madera del país, representado por la etnia Zafimaniry cuyas casas de madera esculpidas de manera genial se han convertido en Patrimonio de la Humanidad.

Como ocurre con todas las cosas cuando se ponen de moda, a pesar de ser un pueblo bastante alejado de la civilización ya que hay que hacer una caminata de 3 horas subiendo cuestas que ni el Perico Delgado puede con ellas, ha perdido esa magia con la magnífica construcción de un albergue para alojar turistas echo de ladrillo blanco que le quita toda la gracia al sitio de casitas de madera. Esta etnia, como muchas otras en Madagascar utiliza para sus esculturas la madera de rosa, el ébano y el palisandro, y practican habitualmente la deforestación para hacer leña de carbón para cocinar.

La falta de educación por parte del gobierno y de legislación ha llevado a una deforestación del 80% del país. Como corresponde a una dictadura que está actualmente gobernando  tras un golpe de estado, el uso de las energías renovables o biodiesel que sirva de sustituto para evitar esa deforestación no está entre las líneas de actuación ya que según dicen las malas lenguas hay mucha gente incluso en el gobierno que se lucra con ello.

Esta imagen y olor a quemado te persigue desafortunadamente a lo largo de todo tu recorrido y es habitual ver en la carretera miles de paquetes llenos de esa madera carbonizada que se vende a cualquier paseante. También es habitual ver puestecitos con tomates, patata dulce, plátanos, etc que cultivan las familias en los terrenos que previamente deforestan quemando para poder luego cultivar arrozales sobre todo.

Alice Fauveau

Una de las maravillosas imágenes que recordarás después de un viaje a Madagascar es la tierra roja con casas de barro que contrastan con los arrozales verde fosforito, los hombres preparando con el cebú el campo y las mujeres plantando arroz. Las tierras altas son para ello uno de los mejores escenarios.

Pero no solo la carretera te permite disfrutar de estas experiencias sino que también se puede hacer en tren. Desde la bonita ciudad de Fianarantsoa hasta la ciudad costera de Manakara se puede vivir una experiencia inolvidable en un tren que va a 20 kn/hora y se para en muchas estaciones en dónde los habitantes te venden la especialidad de la zona ya sean cangrejos, samosas, plátanos etc….. Las 9 horas en tren hasta llegar a la costa de la vainilla merecen la pena ya  que son todo un espectáculo, y si quieres aventura se le puede pedir al conductor que te lleve delante de la locomotora para sentirte como Tom Sawyer.

Y para experiencias todas las cosas que probaron un grupo de abueletes franceses que iban en el tren afirmando la frescura de los cangrejos y de otros alimentos que les compraron a los vendedores que te ofrecían sus productos  a través de las ventanillas, y cuyos estómagos de hierro digirieron sin ningún problema (los volvimos a ver al día siguiente y estaban muy vivitos).

Aunque Manakara y el canal de Pangalanes (canal artificial construido por los franceses para transportar las materias primas sin que se les hundiesen los barcos con la bravura del océano Índico) no tienen mucho interés, si lo tienen para entrar en contacto con la gente del este del país, muy peculiar por algunas crueles costumbres. En algunas etnias, se producen muchos nacimientos de gemelos que son abandonados por sus padres en el bosque pensando que darán mal augurio.

En Mananghar, también en la costa, existen algunos orfanatos que recogen a esos niños, y sobre todo niñas, para salvarles y darles una vida que sus padres les han negado al nacer.  Y es que los malgaches son muy supersticiosos como los asiáticos y aunque vayan de católicos tienen también la parte animista africana, vamos siempre la dualidad de continentes!!!

Fianarantsoa es una ciudad cuyo centro sí que tiene casas coloniales que ver además del taller de uno de los fotógrafos mundialmente más conocidos hoy en día, Pierrot Men, que ha sabido plasmar en sus fotos los paisajes y gentes del país. Cerca de allí se encuentra uno de los mejores parques para los amantes de la Naturaleza y los primatologos  llamado Bosque Lluvioso de Ranomafana, un parque maravilloso para visitar y entrar en contacto con los camaleones, lemures ( el  animal más conocido del país), geco u aves de bellos colores.

Su nombre ya indica que lo de llover ocurre muy a menudo en ese parque ya que la palabra Rano, que en nuestro idioma podría ser el marido de la rana, allí se convierte en agua en el idioma malgache. Y es que esa zona del país es de las más frías y contrastadas.

Los lemures se pueden ver en libertad en muchos lugares de Madagascar, desde el parque de Andasibe también perteneciente  a la Rainforest, hasta en Ambalavao en donde se encuentra el llamado lemur catta, una mezcla de mono con mofeta y cola de color koala.

Los contrastes son la tónica de Madagascar y el paso hacia el sur te lleva a las zonas desérticas como el parque de Isalo, una especie de cañón de Colorado en dónde la presencia de baobabs (esos majestuosos árboles de panza gorda que dio a conocer el libro de El Principito) empieza a ser latente. Nuevo cambio de paisaje y de tribus, ya que por aquí hay gente menos achinada y están las etnias de los “barra”, guerreros bantúes de tez negra posesores de grandes rebaños de cebúes.

Este punto es muy importante en Madagascar ya que si quieres ligar hay que tener rebaño. Los hombres tienen la tradición de intentar robar a la chica que les gusta tirando de ella cuando la ven por la calle. Si la chica acepta, empieza el noviazgo con el regalo de un diente de oro a la novia. Luego viene la negociación con los padres en dónde se valoran las aptitudes de ambos candidatos para establecer el precio en cebúes y los casa el jefe de la tribu en lo que se llama el matrimonio tradicional. Vamos que es como lo que antiguamente llamábamos vivir en pecado.

Hasta que la pareja no tiene dinero suficiente para comprar un traje de novia blanco a la europea no se casan por la iglesia, con lo que en realidad a efectos de gobierno no es legal pero tienen hijos. Y si quieren ser felices hay que tener 7 chicos y 7 chicas, vamos como en la película, ¡¡¡  imaginad que cantidad de cebúes hacen falta para alimentar a una familia así!!!

Después de los sorprendentes cañones, piscinas naturales, flora y fauna que quitan el hipo, llegamos casi al final de la ruta del sur en la zona de Tulear. Una zona que da lugar a pueblos de buscadores de zafiros  (dad rienda suelta a la militarización que allí hay) en donde los indo-paquistaníes- que siempre han sido buenos negociantes- han montado imperios mientras que los niños de familias pobres se matan a trabajar allí en lugar de ir a la escuela.

Una ONG española llamada “Agua de Coco” con una gran presencia en Madagascar y diversos proyectos en marcha, ha sabido sacar a esos niños de esa tela de araña dándoles de comer y permitiendo de esta manera que sus padres acepten llevarlos a la escuela.

Tulear es una ciudad costera que lleva a la costa oeste y a las bellas playas de Anakao e Ifaty, de arena blanca y baobabs. También es un lugar para ver ballenas en el mes de julio y agosto. Uno de los personajes más entrañables que he conocido allí es el propietario francés de un hotel al que llaman “Papi” que con 89 años te lleva conduciendo su barca a verlas sin tan siquiera sentarse un momento  ni pararse para hacer un pis. ¡¡Un hombre de hierro con una próstata también de hierro!!!

La presencia de retirados franceses es muy importante en este país, por ser antigua colonia. Muchos de ellos se han casado con jóvenes malgaches con lo que se ven matrimonios mixtos muy peculiares y también en algunos casos muchos de los extranjeros han contribuido a desarrollar una prostitución cada vez más presente en algunas zonas.

Y es que aunque Madagascar es un país lleno de cosas bellas y buenas, la pobreza y mala gestión económica ha llevado a situaciones que resulta muy triste ver y que a veces empañan esos maravillosos paisajes de colores afrutados que no se pueden plasmar a través de una cámara fotográfica sino que se tienen que quedar en nuestro recuerdo para conservar su pureza.