Mary Wollstonecraft nació antes de lo que le hubiese correspondido. Mucho antes. Sus ideas liberales sobre la mujer y las relaciones levantaron ampollas en la sociedad inglesa del siglo XVIII. Pese a su personalidad transgresora, o quizá a causa de ella, la historia decidió olvidarla durante casi un siglo.

Mary nació en el Londres de 1759 con pocas expectativas: era mujer y su familia estaba arruinada, como consecuencia de las actividades de su padre, quien parece que, además, maltrataba a su esposa. Se vio obligada a trabajar, desde muy joven y utilizó su esmerada educación para emplearse como institutriz. Al trabajar con los textos con los que se enseñaba a las niñas en la época, fue consciente de la tremenda diferencia con respecto a la educación recibida por los varones: Quizá aquí comenzará su lucha personal por los derechos de las mujeres. Junto a una de sus hermanas y su mejor amiga, Fanny Blood, inició un proyecto educativo personal, pero la muerte de Fanny, de parto, la sumió en una depresión y, suspendido el proyecto conjunto, optó por comenzar su propia carrera literaria escribiendo obras infantiles y manuales de conducta inspirados ya en un pensamiento liberal.

Estudió alemás y francés y encontró trabajo en la editorial del liberal Joseph Johnson,  traduciendo varias de las obras de la Francia Revolucionaria que estaban teniendo una gran repercusión en toda Europa. En 1790 escribió Vindicación de los derechos del hombre, que tendría una gran repercusión, y, a la que, dos años después seguiría Vindicación de los derechos de la mujer (1792). En ella, defendía a ultranza la enseñanza mixta, alegando que la presunta falta de habilidad de la mujer con respecto a los asuntos públicos, se debía únicamente a la falta de acceso a la educación en igualdad de condiciones que los hombres.

En ese mismo año, y mientras la Revolución Francesa se radicalizaba en Francia, la polémica escritora, tras un humillante rechazo ante el hombre al que había propuesto una relación abierta, tomó la decisión de viajar sola al país vecino.  Allí se uniría al grupo de expatriados ingleses y sería incluso testigo de la ejecución del rey. Y allí conocería a Gilbert Imlay, un aventurero norteamericano con el que tendría su primera hija, Fanny.  La relación entre ambos, sin embargo, siempre fue tormentosa. Mary quizá se implicó más de lo que ambos habían previsto y Imlay optó por poner tierra de por medio, pese a que la había registrado como su esposa para no provocar un escándalo. Su rechazo llevó a Mary a intentar suicidarse en un par de ocasiones y finalmente, a tratando de recuperarle y en pos de sus negocios, trasladarse, junto a la niña a Escandinavia por una temporada. Allí escribiría Cartas de una breve estancia en Suecia, Noruega y Dinamarca, una correspondencia con Imley que mezclaba sus observaciones sobre los países nórdicos con los altibajos de su relación .

Las cartas no le devolvieron al padre de su hija, pero le presentaron a un interesante admirador: William Godwin, un precursor del anarquismo que se enamoró de ella a travñes de sus CartasSe casó con él al quedarse de nuevo embarazada, con la intención de proteger al bebé, pero, su matrimonio fue unescándalo; para él, anarquista, porque había prmulgado su abolición. Para ella, porque se supo que en su anterior relación no había estado casada. Pese a todo, se entendieron a la perfección, e, incluso en su concepción de la libertad en las relaciones de pareja, siempre vivieron en viviendas adyacentes para respetar la independencia del otro.

Por poco tiempo. En agosto de 1797,  la activista y escritora dio a luz a su segunda hija, también Mary. La pequeña heredó el nombre de su madre y probablemente su vocación literaria, pues el mundo terminaría conociéndola como Mary Shelly, la autora de Frankenstein, pero su propia madre jamás llegaría a ver sus éxitos; moriría cuando su hija apenas tenía un mes de vida, como consecuencia de una septicemia, producida durante el parto.

A modo de homenaje, William, su esposo, visiblemente destrozado, decidió publicar su biografía, con el objetivo de honrar su personalidad y su obra, pero su relación de amores, intentos de suicidio y su pensamiento agnóstico resultó tan escandalosa para el puritanismo del momento, que logró el efecto contrario al deseado: la sociedad se volvió en contra de una mujer que para los cánones de la época resultaba demasiado transgresora. En contra de las intenciones de su esposo, durante décadas su vida eclipsó su obra literaria. Virginia Woolf terminaría por descubrirla, para ubicarla en el lugar que le corresponde, en el que ahora se encuentra, como una de las primeras defensoras de los derechos de la mujer.